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Modelar el cambio: Esculpir desde la mirada de mujer

Modelar el cambio: Esculpir desde la mirada de mujer

Francesca Dalla Benetta, la florentina que se enamoró de México

Francesca Dalla Benetta no se imaginaba siendo actriz, aunque por mucho tiempo trabajó muy cerca de las cámaras. Originaria de Florencia, Italia, llegó a México en 2006 como maquillista de efectos especiales para el cine, tras haber colaborado en producciones como Apocalypto de Mel Gibson. Pero fue aquí, entre materiales plásticos, moldes y cuerpos transformados, donde encontró su verdadera voz: la de artista escultórica.

Desde pequeña, su deseo de dedicarse al arte fue claro. Sin embargo, el camino fue menos directo de lo que imaginaba. Estudió una preparatoria de ciencias e incluso cursó un tiempo la carrera de Física, hasta que decidió romper con lo esperado. Ingresó a la Academia de Arte en Milán y, aunque su formación formal fue en pintura, nunca se sintió del todo cómoda con los lienzos. Pronto, la escultura tridimensional se convirtió en su verdadero lenguaje, especialmente por la conexión directa que ofrecía con el cuerpo humano y su materialidad.

La forma, el volumen y el espacio se volvieron sus aliados. “La escultura me dio una sensación de arraigo, de seguridad. Es como una cobija de Linus”, dice. Para Francesca, el cuerpo es una herramienta de comunicación universal, cargada de historias, contradicciones y afectos. A través de él, puede hablar de lo que más le interesa: la identidad, la autoexploración, la resiliencia.

De los monstruos a lo humano

Sus primeras piezas estaban marcadas por el imaginario del cine fantástico y el terror: seres híbridos, criaturas irreales, universos oscuros. Pero con el tiempo, sus esculturas comenzaron a mutar hacia figuras humanas que, aunque en apariencia reconocibles, poseen una carga simbólica inmensa: cuerpos que florecen, que se recomponen, que portan máscaras o heridas visibles.

“Cada flor en mis obras representa un proceso de reconstrucción. No hablo de positivismo vacío, sino de resiliencia real”

Este tránsito del monstruo al cuerpo ha sido también una forma de reconexión con el público. Francesca buscaba comunicar desde lo emocional, y entendió que la humanidad, con sus imperfecciones, era el puente más poderoso para ello.

Ser mujer, artista y migrante

A diferencia de otras mujeres en el mundo del arte, Francesca reconoce que ha encontrado en México una comunidad artística generosa y acogedora. No obstante, no han faltado los momentos difíciles, sobre todo durante su etapa en la industria cinematográfica. “He vivido violencia, acoso y comentarios hirientes. Pero lo importante es qué haces con eso. En mi caso, lo transformo en arte. Es catártico”, afirma.

Aunque no se identifica plenamente con el activismo feminista, sí reconoce el valor de crear una obra que cuestione los cánones de belleza tradicionales y la representación de los cuerpos. “Desde el inicio, mis esculturas han mostrado cuerpos no perfectos, cuerpos reales, sin el rol sexual al frente. Personas más allá del género”.

El arte como microrevolución

Francesca está convencida de que el arte puede transformar. No necesariamente desde grandes gestos, sino desde los pequeños. “La gente cree que el cambio viene de arriba, pero el cambio empieza cuando tú dejas de estar tan enojado con el mundo porque canalizaste tu rabia en algo creativo. Si todos soltáramos un poquito de presión haciendo arte, leeríamos menos noticias de guerra”.

Desde su taller en Ciudad de México, Francesca modela cuerpos que abrazan lo distinto, lo roto, lo que aún busca su forma. Su obra no solo se esculpe en resina o bronce: se esculpe en la sensibilidad de quienes la observan.

Al final de la entrevista, se le preguntó cuál era su color favorito. Ella, sin pensarlo demasiado, respondió: “el morado”. No sabe bien por qué, pero nunca se ha sentido extraña vistiéndolo. Quizás porque, como su arte, el morado es un color que habita los márgenes de lo común; es fuerza y es introspección… como ella misma.

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Eduardo Carmona

Eduardo Carmona

Editor en Jefe en RGB 360